miércoles, 21 de octubre de 2009

Amigas




Pequeños retazos de oxígeno que encontramos en nuestro recorrido hacia el mar. Mi Jill Munroe y mi Cenicienta particular que día a día hacen que mi vida salpique color y articulan mi sonrisa. Compañeras en mi camino, capaces de intentar comprender mis peleas con mi limón e intentar encontrar una respuesta a mis dudas, guardarme las llaves en sus bolsos cuando vamos al antique, controlarme mis reglas en sus móviles, buscarme trabajo, intercambiar vestidos… Mañanas convertidas en segundo, noches encerradas en un coche vividas como fiestas.
Es maravilloso saber que siempre encontraras unas manos donde ir a refugiarte cuando la lluvia te lleve. Es magnifico sentirte parte de algo, pieza irremplazable de un escudo que juntas formamos y nos protegemos del resto del mundo.

Cenicienta, he decidido llamarla así, no porque suela servir a nadie (nada más alejado de la realidad) más allá que a sus propios miedos y complejos. Su madrasta no es una vieja repeinada de pelo gris y traje negro, sino su miedos por vivir y ser feliz. La luz no entra en su habitación porque duerma en una oscura habitación en el último piso de una torre, sino porque es difícil que la luz entre en el mundo oscuro y paralelo que se ha creado.
No creo que sea conciente de que los 20 solo se tienen una vez y que la vida es efímera y no la va a esperar para cuando decida abrir la puerta y salir de esa oscura habitación. Quizás ese día tenga que coger el paraguas porque casualmente llueva, incluso truene, pero el sol va salir, porque por muchas nubes que lo cubra el sol SIEMPRE ESTÁ AHÍ. Y si tarda en salir y los charcos te calan los pies para eso estamos Jill Munroe y yo para subirla en nuestras manos y que navegue a través de los charcos.
No cambio los momentos pasados con ella por nada ni por nadie, más que nada porque sería para eliminar nuestros recuerdos tendríamos que volver a vivir una nueva vida. Las bicis rosas iguales, la lamparita de Mickey de la cuna de su hermana, el Luis Candela, las cenas en los escalones de su casa, como de un tendedero con ropa hacíamos un maravilloso paso de semana santa, como perdimos los tazos de chiquito, las fiesta de la espuma en la habitación de nuestro pobre tío pepe…

Mi Jill Munroe es otra historia, si hace algún tiempo me hubieran dicho que ella iba a ser tan importante en mi vida, no me lo hubiera creído. En el primer año de facultad nunca me llamó la atención, creo que si no hubiera ido con otra gente a la que había saludado alguna vez, nunca me hubiera percatado de que ella estaba ahí y de hecho aún no recuerdo como llego a ser la persona que ahora es para mí. Paraíso virgen por descubrir, en el que descubrir cosas nuevas constantemente en cada gesto. Ella me enseña a ser mejor persona a no tomarme la vida demasiado en serio. Son muchos las virtudes que la inundan y que de manera discreta nos regala todos los días. Confidente silenciosa y paciente. El fracaso es menos pesado a su lado.

AMIGAS pequeñas retazos de oxígeno, que nos crea el espejismo de una humanidad sana.

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